Y dicho esto, se levantó, se desabrochó el cinturón y los pantalones, se bajó la cremallera y los dejó caer...

         Al levantarse pude observar la tirantez de su entrepierna. La polla, seguramente dura tras la persistente mirada a los pelos de mis sobacos, se hacía evidente tirando del pantalón en una forzada tienda de campaña que, aunque discreta era claramente perceptible.
Al ponerme en pie la seda de mi vestido quedó pegada a mis nalgas y aunque intenté alisarla rápidamente, no pude evitar que Juan de Dios se diera cuenta así como de que mis piernas habían quedado en su mayor parte al aire. Cuando me dirigía hacia uno de los sillones, el bulto de su pantalón era ya tan evidente que ambos sabíamos ya lo que estaba ocurriendo. Especialmente yo que, a la vez, sentía como mi vulva se empapaba y mi respiración, forzada, me ponía también en evidencia. Me senté, no obstante y, al hundirme en el mullido asiento, obligatoriamente dejé ver más de lo que me proponía y tanto como el profesor deseaba. Desde su sitio debía estarme viendo la sombra del vello que me salía por las braguitas en las ingles y, desde luego, el que salía por mis axilas así como mis pezones tiesos como cacahuetes. Por mi parte yo apreciaba ya en toda su magnitud el volumen del hueco en su pantalón y las probables dimensiones de su nabo. La situación era, cuanto menos, tensa e insostenible. Intenté cruzar las piernas pero el resultado fue, imagino, peor, porque dejaría ver ya mis muslos completamente y, me temo que, por la parte de abajo me vería ya directamente el vértice en que se encontraba mi vulva y mi ano peludos. No sabía que hacer. No las tenía todas conmigo, pero algo iba a pasar sin duda.
-Te diré algo, Dana. He seguido tu evolución con sumo interés, pues desde que llegaste a la Escuela me gustaste una barbaridad. Siempre te he deseado, pero tengo por norma no follar con mis alumnas. Y te ruego disculpes la forma tan directa de hablar. Por eso he decidido aprobarte. En realidad darte un notable, lo que evitará a cualquiera pensar que has conseguido superar esta asignatura por la benevolencia del profesor, lo que no me puedo permitir como podrás suponer. De esta manera, superando la situación de profesor-alumna que nos relacionaba, dejando de ser alumna mía, yo puedo ya decirte lo que siento. Y el que haya decidido hacerlo inmediatamente debería darte pistas sobre mis sentimientos y la urgente necesidad de comunicarme contigo que me invade. El definitiva, he querido crear cuanto antes la situación para que, si quieres, puedas darme lo que llevo ya casi cinco años deseando. No te he aprobado para cobrarte precio alguno, que quede claro. Me repugnaría. Aunque en el fondo ese aprobado inmerecido nos pone en el camino de plantear y de conseguir si así lo quieres lo que tanto deseo. Y, aunque me digas que no, al menos se ha producido la tesitura necesaria para podértelo pedir. Pues ya no podía aguantar más. Desde que volviste de Nueva York –y lo se porque te has encargado de que todo el mundo lo sepa- mi deseo se ha multiplicado furiosamente, hasta el punto de que pensando en este momento, en el día en que pudieras sentarte aquí con mi asignatura aprobada, casi no he podido dormir, ni comer, ni vivir. Te deseo tan rabiosa y absolutamente que he de advertirte de la posibilidad de que muera de placer en tus brazos si me aceptas o de que siga muriendo lentamente de deseo si no es así. Ahora mismo, y te lo diré sin ambages, mi polla está a punto de reventar y en mi mente so lo tengo un objetivo, sepultar mi cara en tus axilas y aspirarte mientras recorro tu cuerpo y compruebo la calidez acogedora de tu coño peludo antes de sepultarme en ti aunque ese sea el último gesto de vida que realice. De hecho, Dana, ahora voy a ponerme en pie y a desahogar mi polla de la presión de la ropa, a dejarla libre y que, al menos, sienta el hálito de tu presencia. Puedes irte si quieres que no voy a molestarte más, no voy a detenerte. Cuando te levantes y te dirijas a la puerta puedes hacer una de estas cosas, o irte sin mirar atrás, pues estaré calmando este ardor terrible mientras te miro alejarte, o cerrar la puerta con llave y volverte hacia mi para matarme de placer, para dejarme vivir lo que miles de veces he soñado.
Y dicho esto, se levantó, se desabrochó el cinturón y los pantalones, se bajó la cremallera y los dejó caer junto con los calzoncillos  de color azul oscuro. Ante mí, el fiero profesor que me aterrorizó durante años, el temido e inhumano responsable de nuestro futuro, me miraba dolorosamente serio aunque decidido y mostraba una verga enhiesta y palpitante al que le salía parte del glande húmedo a través de la abertura de su camisa. Sus huevos, oscuros y gordos caían como suave terciopelo en contraste con la violencia que proyectaba su verga.
Me levanté despacio. Era consciente de que mi ropa se había subido y de que al darme la vuelta para dirigirme hacia la puerta el espectáculo estaba asegurado. Pero lo hice con decisión. El profesor esgrimió su verga y la movió lentamente de delante hacia atrás retirando la piel del prepucio a la vez. Una rápida mirada me permitió verla en toda su altivez y apreciar la brillantez y tamaño de su capullo destilante.  Llegué a la puerta y lo miré:  allí estaba, desvalido en el fondo, con la mirada serena aunque implorante y moviendo su polla hambrienta. Retrasé intencionadamente mi decisión. De hecho abrí levemente  la gran hoja de madera barnizada a la vez que escuchaba un gemido ahogado. Ya no lo dudé pues mi vulva, también empapada, se hizo cargo de la situación de manera rápida y eficaz. Desde ese centro del mundo, de mi mundo, que era mi coño, sentí la orden perentoria y obedecí sin dudar. Dí dos vueltas a la llave y me volví. Lo miré fijamente. Me quité el vestido frente a él y me quedé en braguitas. "No te quites los zapatos y ven hacia mí", me dijo con voz ronca. Así lo hice. Ya no era yo, y me reconocí entre apesadumbrada y feliz. Las piernas me temblaban y sentía escurridizos mis muslos por la parte interior alta a causa del abundante y viscoso fluido que no dejaba de manar de  mi vagina caliente.
         Lo verdaderamente novedoso de todo el asunto es que el muy cabrón, tan en su sitio, tan comedido, tan hijoeputa y sorprendente seductor, había conseguido hacerme temblar y aún no salía de mi sorpresa. No me había fijado demasiado en él, siempre lo había considerado un cabrito imbatible, un incorrupto de cojones al que había que vencer con sus propias armas: la disciplina que impartía y la solución de los problemas de diseño que nos proponía en sus terribles clases y exámenes. Pero jamás pensé que tuviera polla y que llegar a arder en deseo. A ver si me explico, polla sí debía tener –bueno, la tenía, doy fe pues me tenía hipnotizada- pero que nunca lo ví desde ese punto de vista. De hecho acudí esta tarde un tanto de vuelta, con la latente agresividad de quien ya no teme nada pues está fuera del territorio temible que él controlaba. Y he aquí que me lanza un par de torpedos y consigue hundirme, como si conociera perfectamente mi lado débil, mi frágil línea de flotación.
         Cuando me acerqué a él, todavía en guardia aunque epilépticamente caliente en mi interior, no sabía en realidad que iba a encontrarme. Igual a un viejo profesor salido –bueno, viejo no tanto, aparentaba unos cincuenta o cincuenta y cinco (luego supe que tenía 64 y que había solicitado la prórroga laboral, lo que terminaría por convertirlo en emérito y sin plazo de jubilación)- o a un experimentado amante. No se, pero lo cierto es que cuando llegué a su lado, lo primero que noté fue su perfume, un aroma sutil pero seductor que no podía ser solo fruto de una colonia fuera de la marca que fuera. Al acercarme más, al aproximarnos mutuamente con la precaución y las reservas que el furioso deseo proporciona, comprobé que era su piel la que exhalaba ese perfume que me emborrachaba como un vino de Marsala. Luego, su sabor, tan especial, tan nuevo para mi. Nos besamos suavemente en los labios, como con miedo, pero a cada contacto, por muy suave y rápido que fuera, una verdadera sacudida eléctrica me noqueaba cortándome la respiración. El debía sentir lo mismo pues vacilaba suspirando y su polla, que golpeaba mi barriga, cerca del ombligo, se ponía en tensión y continuaba así mientras nuestros labios permanecían juntos. Luego abrió su boca y me introduje en ella. Mi lengua navegó como un barco en medio de marejada a través de una saliva dulcemente salada, acuosa y abundante. Cuando su lengua buscó la mía y la empujó hacia mi propia boca, su camisa y mis pechos quedaron empapados como si un vaso lleno se hubiera derramado entre nosotros. Estaba ya a punto de morirme cuando, sin separar nuestras navegadas bocas, destilando como nunca hubiera pensado tanto por arriba como por abajo, le agarré el duro miembro y lo apreté con fuerza. Y ocurrió lo increíble. A la vez que notaba como él se corría abundantemente mientras gritaba, suspiraba y gemía, yo misma sentí un orgasmo inmenso, profundo, único hasta entonces, especial y terrible, tanto que pensé moría allí tambaleándome. Abrí la boca como un pez fuera del agua y noté que me caía, que perdía el conocimiento. Me agarré a él y de ese momento no recuerdo sino que él también se tambaleaba y que no era capaz de auxiliarme porque a su vez también caía...