Aquella tarde fue una iniciación al terror a través del placer...


Juro por mi madre que nunca había experimentado nada parecido hasta entonces. Aquella tarde fue una iniciación al terror a través del placer, un recorrido al que no llegaba a ver el final y, lo que es peor, al que no me hubiera importado dar fin con nuestras propias vidas. No fue una pequeña muerte precisamente lo que viví, sino lo más parecido a la muerte real de la que me retornaba, reiteradamente, el latigazo de un nuevo principio de placer. Tantos retornos como orgasmos y, os aseguro que fueron muchos, muchos. Creo que si hubierais estado allí os hubierais aterrorizado. Volamos muy, muy alto. Tan alto que la eternidad nos rozó en algún momento con su frío abrazo. Afortunadamente pudimos volver.
No pude ir a ninguna de las dos fiestas. Cristina y Maru me esperaban en casa cuando llegué casi a las cuatro de la madrugada. Juan de Dios me había dejado con un taxi en la puerta. Cristina me bañó amorosamente y Maru limpió mis heridas de la espalda y de los pechos. También curó mi vulva, destrozada y puso un linimento en mis hombros mis brazos y mis caderas. Me acostaron y se quedaron en la cama de la habitación de al lado. Cuando me desperté, al día siguiente por la tarde, ambas seguían allí, dormidas y abrazadas. También ellas supieron captar algo de la magia que mi cuerpo les mostró a través de sus magulladuras. Y la disfrutaron.
Por la noche les conté todo y le dije cual eran mis planes inmediatos. Ante todo localizar a César y romper con él definitivamente. No quería dejarme flecos atrás. Comenzaba una nueva vida y todo tenía que ser de nuevo cuño, sin ataduras y sin servidumbres. Iba a pasarme por el pueblo para aclarar algunas cosas y vender la casa de mi madre. Luego hablaría con mi tío y trazaría un viaje por Europa. Necesitaba entrar en contacto con algunas importantes ciudades. Cada vez me apetecía más dedicarme al urbanismo. Me atraía la evolución de la ciudad y el papel que tuvieron los grandes urbanistas y arquitectos en esa evolución. Sería una arquitecto –o arquitecta- que diseñaría ciudades, que colaboraría en las expansiones urbanas.
Tenía casi 24 años, un título de arquitectura en el bolsillo, una sed devoradora en cuanto al sexo y un coño que jamás estaba satisfecho. Tres mil millones de pollas me esperaban. No podría conocerlas todas, 0jalá, pero hasta que me sintiera agotada o ahíta, algunas iban a probar los estremecimientos de mi coño corriéndose, y, por supuesto, muchos otros coños sabrían valorar el arte y la dedicación que yo sabía poner cuando me volvía loca de deseo.
Todavía me resentía de la violencia sexual de Juan de Dios cuando, tres días después recibí dos llamadas telefónicas. Una de César, con el que corté rápida y expeditivamente. Era un cabrón que no había resuelto aún si explicarme o no lo de Nueva York y su complicidad culpable con ese grupo de sádicos y delincuentes. ¡A la mierda! La otra, de Juan de Dios invitándome a almorzar en Egaña Oriza. Decidí aceptar pero no asistir a la cita. No se por qué lo hice. Pero me salió así. A la hora en que me estaría esperando bajo la deliciosa cúpula de cristal plomado del restaurante, yo iba a estar follando con Cristina, mi Cristina, tan fiel, tan delicada, tan servicial y atenta durante casi cinco años de servirme lo mejor que podía sacar de ese antro que era el restaurante la Cibeles.
Unos días después del plantón a mi exprofesor, Cristina y yo salíamos para Edimburgo. Ella para perfeccionar su inglés dando clases o trabajando en hostelería. Yo, con las bendiciones de mi tío, para estudiar la evolución urbana de esa hermosa ciudad y entrar en contacto con un estudio que le hacía proyectos pilotos al grupo de arquitectos que trabajaban para Foster en Londres. Verdaderamente mi tío era un tesoro.
Pero todo lo que vino luego es ya otra historia. He querido dejar ahora solo el testimonio de mi iniciación al sexo, mi toma de conciencia como persona capaz de superar un entorno adverso y conseguir por elevación salir de él, mi agitada vida de estudiante, de una estudiante privilegiada, es cierto, pues viví experiencias inusuales, y mi salida de la Escuela tras vivir la última sorpresa de mi etapa como alumna, mi inesperado encuentro con mi otrora temido profesor.
Es cierto que desarrollé ampliamente mi experiencia sexual y que me fui convirtiendo en una mujer experimentada e insaciable. Y que he procurado dejar aquí constancia de algunas de los más interesantes sucesos de esos años. Pero también lo es que se quedaron muchos otros solo para mí y que los veinte años siguientes fueron mucho más apasionantes y también peligrosos. Pero hasta aquí he llegado ahora. No se si seguiré escribiendo, pero si lo hago, os prometo seréis los primeros en leerme. Gracias por haber tenido tanta paciencia conmigo y espero hayáis disfrutado aunque sea un poco de lo muchísimo que yo gocé viviendo lo que os he contado... y contándolo.       


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